Un vistazo al ordenador. "Madre..." Así me nombra cuando lo que me quiere decir es tan importante que le da apuro que se note. "Madre... que ya he acabado". Nos fundimos en un abrazo largo y apretado. Lloré, claro. Soy una llorona. Y en el abrazo largo me sucedió aquello que dicen que sucede cuando la vida recorre tu memoria en unos instantes, como una ráfaga. Un muñeco de ojos verdes que dormía de día y berreaba de noche. "Dale biberón, que apenas tienes leche". Bondad de niño, bondad en la pubertad... siempre un "exceso" de bondad. Que si es zurdo, que si es diestro" "Será inseguro... es un zurdo contrariado" Vaya por Dios. Algunos son especialistas en dar ánimos. "¿Sabes, madre? Cuando era pequeño pensaba que... creía que.... imaginaba..." Todo un mundo alojado en una cabeza menuda y tierna... sufridora también en exceso.
"Temprano madrugó la madrugada..." (Miguel Hernández)
La forja de un joven que desconoce la despreocupación desde que era un crío. Esas pequeñas dosis de frivolidad que son la coma, el punto y coma, la exclamación o el entrecomillado.
"Madre... que he terminado de verdad". Apenas un suspiro y vuelta al discontinuo de verano, desde los 16 años. Y la oposición. Poco ruido y muchas nueces. Y yo, por discreción que he aprendido de este ciudadano, pongo aquí el punto y final de un post que sigo redactando en y desde la intimidad del corazón.