viernes, 20 de enero de 2017

¿Conviviendo con Millenials?




Leía estos días sobre un tema que me llama poderosamente la atención. Qué asunto es ese de los Millenials, la generación "Y", que  llegó inmediatamente después de la mía- dato importante- a la que se denomina "X". 

Parece ser que la componen los nacidos en la franja que va desde el año 1984 hasta el 1995, aproximadamente. Me pilla de lleno.  Un motivo más para intentar desentrañar el porqué de sus bondades - muy pocas- y la lista larguísima de, llamémosle, "pegas".

La enumeración de características se encuentra buscando el término. Lo importante es averiguar qué hay detrás de premisas vitales como las que siguen:

lo de ayer -lo que tengo, lo que sé, lo que me emociona, ¿lo que amo?- hoy ya no me sirve;
lo que no me "sirve", lo aparco... ¡o lo tiro!;
si no es ahora, ya no me interesa;
si no me animas, no continúo;
si me esfuerzo, quiero un pronto resultado;
si yerro, probablemente existe un culpable.

La lista sería interminable y cansina. E infructuosa. Porque, al final, faltaría destapar lo que sucedió antes. O lo que no sucedió. Y quién andaba detrás. La respuesta es obvia. Detrás de "Y" estaba "X".  Vamos a ser honestos. Los niños "Y" tienen papás"X". 

Yo soy mamá "X". Probablemente ahora quisiera que su sentido de la caducidad fuera como el mío, que supieran los años que cuesta alcanzar una meta valiosa. Ahora. Pero es sabido que los efectos tienen causas. Para saber qué tiene valor hoy hay que haber experimentado  desde la infancia la ilusión por conquistar, la caminata y la fatiga previa a la conquista y la satisfacción -no remunerada-  de haber conquistado. Por este orden y en todos los órdenes de nuestra vida. Lo que somos ahora se empieza a escribir desde el primer día. Empezando por el garabato incipiente hasta la cursiva que entrecomillamos y firmamos. Mucho tienen que ver en esto los padres "X", afortunada o desgraciadamente según corresponda.

Quedan temas por abordar en otros posts. La educación en valores, una utopía si no va acompañada de la educación del carácter. El esfuerzo, tan temido como irrenunciable. Y la austeridad, variable fundamental  para que no se nos congelen las aspiraciones cuando soplen rachas de viento siberiano. Espero que no se me congelen a mí las ideas antes de plasmarlas.




jueves, 12 de enero de 2017

Equivócate, hijo.


Equivócate, hijo. Tienes el derecho y el deber. Para caerte y aprender de la rotura en el tobillo cuando perdiste el equilibrio... o las heridas en las palmas de las manos cuando intentaste parar el golpe... El dolor de "después" te recuerda el error de "antes". Y visualizas el recorrido para no volver a tropezar justo en ese punto. Ese camino no puedo ni debo emprenderlo por ti. No es el mío. 

Equivócate, hijo. Pero no olvides que no todas las caídas provocan heridas leves. Si decides practicar un deporte de riesgo, no lo hagas sin casco ni arnés. Hay caídas que provocan daños irreversibles. Hay tropiezos que acaban en muerte cerebral. Y no hay tiempo de descuento para volver a levantarse. 

Equivócate, hijo. Porque todos nos equivocamos. Pero no busques deliberadamente la equivocación cuando sabes que lo es. No me juegues al pilla-pilla al borde del precipicio. 

Equivócate, hijo. Pero no olvides que la equivocación en sí misma no es el estandarte de la libertad.
Con todo mi amor:
Mamá