Nos nace a finales de mayo una sobrina, la primera hija de mi hermano pequeño. Digo "nos" porque del último bebé hace ya 14 años y la futura Marta es esperada por todos. En cada fiesta familiar alguien recuerda que en la siguiente sumamos uno más.
Hoy he sacado de un altillo ropa de bebé, de mis bebés... Esto sirve, esto no, esto le vendrá grande, esto le irá ni que pintado. Estoy separando para regenerarlo; creo que quedará como nuevo. Inevitable el recuerdo de cuando era nuevo. Las mantas, los arrullos, las camisetitas de batista... las estrenó el primogénito... Ahora mismo, mientras lo escribo y está rondando por casa, me parece un milagro que un chavalote de casi 25 años y con semejante tamaño haya podido algún día ser tan pequeño y caber entre mis brazos. Moreno, de ojos oscuros, movido y tragón. Retengo regular todo lo que entra por la vista. Sin embargo, puedo recordar un olor durante mucho tiempo. La ternura es lo más parecido a mis recién nacidos con aroma a limpio, a recién bañados, a Mustela y a Nenuco de botella de cristal.
La mesa del comedor parece un tenderete... Elijo cada prenda con cuidado. La manta-saco de la pequeña alpinista que saltaba de la cuna; el buzo azul acolchado que no dejaba ver la carita del segundón; el abrigo rosa de la tecnitas, tan coqueta ella ya desde chiquitina; los gorros con borla del mayor para protegerle de sus frecuentes otitis... Inevitable -no quiero evitarlo- que asomen sus rostros menudos que besé sin hartarme...
Una de Antonio Flores para el futuro padre.